Huracanes: historia, categorías y el debate sobre cómo medir su fuerza

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  • La escala con la que hoy se clasifican los huracanes fue creada en 1969 por el ingeniero civil Herbert Saffir y el meteorólogo Robert Simpson, entonces director del Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos.

    Cuando escuchamos en las noticias que un huracán ha alcanzado la categoría 5, inmediatamente pensamos en destrucción masiva. Sin embargo, pocos se detienen a pensar de dónde viene esta clasificación, cómo surgió y quién decide qué nombre llevará la tormenta que se acerca. 





    Hoy, además, la comunidad científica debate si es necesario actualizar la escala con la que medimos estos fenómenos para reflejar con mayor precisión su poder destructivo.
    EL NACIMIENTO DE LA ESCALA SAFFIR-SIMPSON
    La escala con la que hoy se clasifican los huracanes fue creada en 1969 por el ingeniero civil Herbert Saffir y el meteorólogo Robert Simpson, entonces director del Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos. Su propósito era claro: ofrecer una forma sencilla y comprensible de comunicar la peligrosidad de los ciclones tropicales, basándose principalmente en un factor medible y directo: la velocidad del viento.

    Desde su implementación, la escala Saffir-Simpson establece cinco categorías. La categoría 1 comienza con vientos de 74 millas por hora (unos 119 km/h), capaces de dañar techos y postes eléctricos. 
    La categoría 3, con ráfagas superiores a 111 mph (178 km/h), marca la entrada a los llamados huracanes “mayores”. 
    Y en el nivel máximo, la categoría 5, los vientos superan las 157 mph (252 km/h), arrasando con techos, muros, árboles y dejando zonas enteras inhabitables durante meses.

    Esta clasificación, adoptada oficialmente en 1971, se ha convertido en la referencia mundial para comunicar el riesgo de los ciclones tropicales en el Atlántico y otras regiones.
    ¿QUIÉN NOMBRA LOS HURACANES?
    El sistema de nombres, otro aspecto que genera curiosidad, está a cargo de la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Cada año, antes del inicio de la temporada de huracanes, se asigna una lista de nombres que alternan entre masculino y femenino y que se repiten cada seis años. Sin embargo, si un huracán resulta especialmente destructivo —como Katrina en 2005 o María en 2017—, su nombre se retira de la lista por respeto a las víctimas y se reemplaza por otro.
    El debate actual: ¿es suficiente la categoría 5?

    Con el cambio climático calentando las aguas oceánicas y la atmósfera, los huracanes encuentran más energía para intensificarse rápidamente. Investigadores como James Kossin y Michael Wehner han advertido que algunos ciclones recientes, con vientos cercanos a los 300 km/h, superan lo que la categoría 5 logra transmitir. Según estos especialistas, hablar de una categoría 6 ayudaría a no subestimar el peligro y a comunicar de manera más clara los riesgos.
    Pero la discusión no se limita al viento. Un grupo de científicos de Estados Unidos y Países Bajos, liderado por la profesora Jennifer Collins de la Universidad del Sur de Florida, propone una nueva medición llamada Escala de Severidad de Ciclón Tropical (TCSS, por sus siglas en inglés). Esta incluiría tres variables: viento, lluvia y marejada ciclónica.
    Los investigadores señalan que, aunque la escala Saffir-Simpson solo mide el viento, este factor explica apenas un 8 % de las muertes relacionadas con huracanes. En contraste, la marejada ciclónica representa cerca del 49 % y las lluvias un 27 %, según datos del Centro Nacional de Huracanes.

    EL FUTURO DE LA MEDICIÓN DE HURACANES 
    El consenso aún no existe. Para algunos expertos, ampliar la escala puede confundir al público, mientras que otros consideran que es urgente actualizarla frente a un planeta más cálido y tormentas más intensas. Lo que sí está claro es que el lenguaje con el que describimos los huracanes importa: puede marcar la diferencia entre la prevención y la tragedia.
    Por ahora, la categoría 5 sigue siendo el límite oficial. Pero el debate científico sobre cómo mejorar la forma en que medimos y comunicamos estos fenómenos ya está sobre la mesa, en un mundo donde las temporadas ciclónicas tienden a ser cada vez “superiores a lo normal”.
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